El Desayuno

26.05.2011 20:23

 El desayuno

Alexis Villegas

 

 

El ruidoso y desesperante despertador suena por segunda vez, ahora marca las 6:35. Por las cortinas entra un rayo de sol, que se abre paso entre montañas y edificios del oriente. En una cama doble se encuentra un hombre de aspecto decadente, su barba comienza a crecer y por sus ojos parece que no hubiera dormido desde hace semanas. Da un primer paso, se tambalea como si fuera la primera vez que caminara, la cabeza le va a explotar, la puerta de la habitación se encuentra ajustada fuera de ella todo es oscuridad, jamás había visto aquel pasillo tan solo, tan silencioso, tan extraño…                                                                                                                                                                                                                                                                              Dio pasos torpes hasta el baño mientras su mano derecha se mantenía fija a su cabeza como creyendo que en cualquier momento se abriría en pedazos. Se mira en el espejo la imagen que ve es deprimente y su aliento asqueroso. El agua fría con que se lava la cara parece despertar sus sentidos, ahora comienza a recordar con claridad, su mirada se agudiza a tal punto que es capaz de detectar el tenue labio rosa que se marca en su cuello. Un grito ensordecedor que se prolonga por varios segundos sale de su boca, en él  solo se articula una palabra ¡Teresa!

Los instantes que se demora en ir del baño a la cocina se le hicieron eternos, en estos momentos recordó toda la vida que vivió al lado de ella, el primer beso, el matrimonio, el nacimiento de su hijo, y el primer golpe que le dio. Recorrió el mismo pasillo que antes se iluminaba con el bello rostro de su esposa y en el que se escuchaba el eco de las carcajadas de su pequeño hijo y que a esa hora de la mañana olía a chocolate y a pan tostado. En cambio esa mañana solo había oscuridad en él, solo se escuchaba el sonido de la soledad y el olor de la ausencia.

Por fin llegó a la cocina, la luz estaba apagada sin embargo se veía perfectamente gracias al hermoso sol que se alzaba sobre la ciudad. En la mesa en la que siempre encontraba tres desayunos servidos solo encontró un pocillo y una plato vacio que solo contenían unos pequeños trocitos de papel. En el que estaba dentro del pocillo decía. “una taza de odio caliente” y en el trocito de papel que había en el plato blanco escrito con letras bien marcadas como de una mano decidida y furiosa se leía: “una tostada con un poco de amor derretido, un pan amasado con lágrimas de dolor y una buena tajada de queso rancio por la humillación…Ayer con tus golpes me diste esta receta para que la preparara. Ahí está, este será tu desayuno de ahora en adelante. Teresa.”